La “Cultura del Encuentro” nos invita a ser como Jesús que se acercaba: “no sólo viendo sino mirando, no sólo oyendo sino escuchando, no sólo cruzándonos con las personas sino parándonos con ellas, no sólo diciendo «¡Qué pena! ¡Pobre gente!» sino dejándonos llevar por la compasión; «para después acercarse, tocar y decir: “no llores” y dar al menos una gota de vida”. Es un llamamiento, una exigencia, para abandonar el individualismo que signó al siglo el XX y que parece, cada día de modo más agresivo, haberse propagado, de manera preocupante, a las nuevas generaciones. La “Cultura del Encuentro” aparece como un llamamiento al abandono del yo en pos de la búsqueda del prójimo, para poder en ese punto construir el sentido de comunidad, arraigado en el sentido profundo de pueblo. La “Cultura del Encuentro” es, ni más ni menos, que el presupuesto fundamental para la existencia de la paz duradera.